Historiografía colombiana – Realidades y perspectivas
Jorge Orlando Melo
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Los estudios históricos en Colombia:
situación actual y tendencias predominantes
En: Universidad Nacional. Revista de la Dirección de Divulgación Cultural Nº 2. Enero-Marzo 1969. pp 15-41, y reeditado en Sobre historia y política (Medellín, 1979).
La historiografía colombiana comienza con la conquista (1). Entre los acompañantes de los primeros conquistadores hubo siempre soldados o clérigos que se preocuparon por comunicar a la posteridad o a las autoridades españolas contemporáneas los más
importantes y en especial los más gloriosos acontecimientos de las luchas de conquista (2). Las crónicas, elaboradas inicialmente por testigos presenciales, luego por historiadores que apelaron a documentos oficiales, a crónicas anteriores y a los recuerdos de sus más ancianos contemporáneos, constituyeron el núcleo del conocimiento tradicional de la conquista y de las primeras colonias españolas, y han sido justificadamente la base de la labor investigativa de los historiadores posteriores. A estos cronistas de la conquista es preciso añadir los diversos autores que trataron de dejar un relato de la cristianización de las poblaciones indígenas y de la fundación y desarrollo de las órdenes religiosas (3). Aunque la preocupación fundamental de casi todos los cronistas neogranadinos, laicos o religiosos, era de tipo apologético, es sorprendente la amplitud de la mirada con la que trataron de captar la realidad a la que se enfrentaban. Tal vez la misma falta de rigurosa preparación científica y de cristalización de una forma aceptada de escribir historia les permitió interesarse por las costumbres de las sociedades indígenas, la vida cotidiana de las poblaciones coloniales, los actos administrativos vinculados a la vida económica y social, el desarrollo de las primeras instituciones culturales, etc.
Esta primera fase de nuestra historiografía parece detenerse, para las historias generales del Nuevo Reino, a mediados del siglo XVII. Aunque los misioneros continuaron ocupándose en la elaboración de historias misionales, los trabajos sobre los aspectos civiles del virreinato constituyen siempre fuentes primarias en sentido estricto: son relatos de viajeros, informes oficiales, descripciones contemporáneas de conjunto. Sólo después de la guerra de la independencia florecen de nuevo los estudios históricos. Muchos de los participantes en las luchas contra la metrópoli española escribieron sus memorias, algunas de las cuales se extienden hasta los años de la República de la Nueva Granada. Pero como trabajo de orden histórico el más destacado es el de José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución en la República de Colombia ( 4). Basándose en sus recuerdos y en el conocimiento personal que tuvo de los principales actores de la guerra de independencia, en una amplia documentación coleccionada gracias a su propio esfuerzo, y en los archivos del gobierno, a los que tuvo un acceso incondicional, Restrepo ofreció un rápido recuento de los principales acontecimientos del Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII y comienzos del XIX, y una historia bastante detallada del período 1810-1832. El autor, pese a su vinculación directa, práctica, sentimental e ideológica, con los movimientos de independencia y con el gobierno colombiano, al cual sirvió en diversos empleos, trató de mantener una actitud de objetividad que le permitiera «desnudar las relaciones contradictorias de los realistas y de los patriotas de las exageraciones de los partidos contendores en la guerra de la independencia y averiguar la verdad comparando entre sí las diferentes versiones» (5). Esto no impide que Restrepo haya visto su obra como una tarea patriótica, ni que sus juicios, pese a sus reservas y a su indudable espíritu crítico, estuvieran marcados por un vivo entusiasmo por la obra de la revolución. Pero tal entusiasmo era eminentemente «republicano» y de un claro matiz moderado. Aunque consideraba que la ruptura con España era justa e indispensable para el verdadero progreso del país, creía que la república debía organizarse sin trastornar el orden social y dentro de un espíritu de moderación y orden. Las actitudes radicales, las proclamas demagógicas que a veces parecieron incidir sobre el rumbo de las luchas de independencia, los movimientos de las castas dominadas merecían su reprobación, matizada con cierto paternalismo benevolente. Además, las tareas políticas y militares embargaron la atención y la actividad de los líderes nacionales durante los veintes y desde 1810 a 1830 fueron los incidentes de orden militar y las ocasionales crisis políticas las que tuvieron en vilo a los grupos de notables del país. No tiene pues nada de extraño que Restrepo haya dirigido su atención en forma predominante a lo que aparecía como decisivo para sus contemporáneos, y que modificaciones de la vida nacional de importancia fundamental pero menos aparentes hayan recibido solo casual mención en su obra. Pero lo que era inevitable en Restrepo tuvo un efecto menos deseable en los historiadores subsiguientes, que adoptaron la Historia de la Revolución como modelo básico para la escritura de la historia nacional y redujeron la evolución histórica colombiana a la sucesión de luchas militares y de actividades políticas: los problemas del dominio del Estado y las realizaciones gubernamentales coparon la atención de la mayoría de los investigadores posteriores a Restrepo. Igualmente, su obra sirvió para fijar de manera casi inmodificable uno de los centros de atención que han fascinado permanentemente a los historiadores. Aunque su obra era de «historia contemporánea», y fue continuada por una Historia de la Nueva Granada( 6) que continuó el relato hasta 1854, la historiografía nacional abandonó cada vez más la pretensión de tratar los sucesos recientes, de modo que el límite entre los «histórico» y lo «contemporáneo», supuesto terreno de estudio de la sociología o la economía, pero no de la historia, se ha ido alejando progresivamente del presente. Restrepo, al terminar La Historia de la Revolución con los sucesos de 1832, estableció para varias décadas un límite que solamente en raras ocasiones transgredieron los historiadores de oficio, que abandonaron el período posterior a los polemistas políticos y a los escritores de memorias personales (7).
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